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¡Por
fin terminó su turno! Menudo día para tener resaca. Estaba muerta, aún le
temblaba el cuerpo cuando pensaba en ese pobre niño que a punto estuvo de
morir en sus manos y no se quitaba de la cabeza a su desolado padre, se veía tan
asustado y perdido… Si hasta tuvo que reprimir las ganas de abrazarlo. Recordar
cómo la miró la hizo estremecer. Era difícil olvidar la intensidad de esa
mirada tan azul. Pero ese hombre era terreno prohibido, hombre con mujer e hijo,
igual a nada de nada, se dijo al tiempo que movió la cabeza e intentó deshacerse
de tal sensación.
Y
después estaba el encuentro con Nando en el ascensor, ¿cómo era posible que
después de lo que había pasado aún se planteara siquiera reconquistarla? Tanto
tiempo con ella y qué poco la conocía.
En ese
último mes, no había pasado ni un día que no hubiera recibido WhatsApp o
correos de él, que por supuesto, ella borraba sin leer. También intentó hablar
con ella en el hospital, pero no lo consiguió.
«¿Pero
qué se pensaba? ¿Qué lo iba a perdonar una vez más? ¡Pues no!» La verdad que
Nando cambió mucho en los últimos cinco años. Nada que ver con aquel hombre
apuesto y encantador del que se quedó prendada.
Si su
familia y sus amigas supieran lo que pasó esos últimos años, no le perdonarían
que hubiera seguido con él. ¿Y por qué lo había hecho? Ni siquiera ella lo
sabía, pero algo le hacía perdonarlo y seguir a su lado, era como una adicción.
No lo entendía, quizás por su inexperiencia.
«¡Ufff!»,
pensó al llegar a su casa. Su familia aún no sabía nada. Era el momento de
informar a sus padres que no estaban juntos.
Sus
padres se jubilaron al poco de empezar ella la residencia y vendieron su piso
de Valencia para marcharse a vivir a Ibiza. Su padre, era un militar retirado
al que le gustaba navegar. Y a su madre le encantaba el sol y la playa, era lo
único que le importaba en la vida junto a sus novelas románticas. De ahí que
Mandy se llamara Amanda, sus padres se habían enamorado con la canción de Te recuerdo, Amanda.
Cogió
el teléfono y llamó a su madre.
—Hola,
mamá.
—Hola,
Amanda, ¿qué tal todo, pequeña?
—Bien,
mamá. Mucho frío.
—Pues
no te lo creerás, pero estoy en la terraza tomando el sol.
—Mamá,
cuidado con el sol. Al menos usarás protección, ¿no?
—Nena
por Dios, no hagas de médico conmigo. Para eso ya están tus pacientes y yo tengo
bastante más edad que ellos.
—Vale,
pero ten cuidado. Por cierto, tengo que contarte una novedad. —Tomó aire, no
sabía cómo decírselo, pero tenía que hacerlo, así que soltó el aire que había
retenido en sus pulmones y lo dijo—. Nando y yo ya no estamos juntos.
—Pero,
cariño, ¿qué dices? Seguro que será una riña de enamorados.
Así era
su madre, una mujer que pensaba que todo en la vida eran finales felices. Poco
a poco, le contó a su madre la historia, eso sí, sin lujo de detalles.
Nando
la conquistó desde el primer momento con su presencia y su saber tratarla. Era el
típico hombre que toda madre querría para su hija.
Le
costó dar crédito a lo que escuchaba, y no se podía creer que aquel hombretón
pudiera hacerle algo así a su hija.
—Pero
pequeña, ¿tú estás bien?
—Sí,
mamá, tranquila, lo superaré. Además, las chicas cuidan de mí.
Eso
era cierto, su madre sabía que ellas eran su familia desde que Mandy se quedó
sola en Valencia y ellos se mudaron a la isla.
Les costó
tomar la decisión de irse, pero les tranquilizó saber que su hija no se quedaba
sola en Valencia, pues las chicas estaban muy unidas.
—Mandy,
cariño, cuídate y prométeme que cuando ese trabajo tuyo te deje, vendrás a
hacernos una visita.
—Sí,
mama, lo haré, tranquila. Dale un beso a papá, os quiero.
—Y
nosotros a ti pequeña. Te extrañamos a diario.
Colgó
el teléfono con un suspiro, sabía que eso afectaría a su madre y cabrearía a su
padre, pero no había solución.
El
sonido del timbre la sacó de sus cavilaciones. Fue a abrir y no miró quién era,
pensó que se trataría de alguna de las chicas. Abrió la puerta y allí estaba
él, perfecto como esa mañana en el ascensor. Por él parecían no pasar las
horas, ni siquiera el cansancio le dejaba huella.
Intentó
cerrar la puerta, pero metió el pie y se lo impidió.
—Mandy,
cariño, no puedes evitarme siempre. Tenemos que hablar y lo sabes —suplicó mientras
la miraba con intensidad—. Por favor, déjame entrar. Solo será un momento,
luego me iré y si no quieres saber más de mí no te volveré a molestar.
Tenía
que conseguir que ella le diera la oportunidad de hablarle, estaba convencido de
que si la tenía cerca y le hablaba con dulzura, conseguiría que las barreras
que ella había levantado cayeran.
Necesitaba
que volviera a su lado, y si para ello tenía que mentir mentiría. Pero nada iba
a impedir que ella no estuviera a su lado. Estaba dispuesto a todo.
Mandy
dudó, sabía que tenía que afrontar esa situación tarde o temprano. Era algo inevitable,
así que abrió la puerta y lo dejó entrar.
Él
intentó darle dos besos y ella se apartó. Tenía claro que esa vez sería
contacto cero, no dejaría que él usara sus artimañas. Esa vez era definitivo,
no quería volver con él bajo ningún concepto.
Entraron
al salón. Él la siguió de cerca, Mandy le indicó que tomara asiento en el
sillón y se sentó en el sofá de frente. No quería tenerlo cerca. Esperaba no
tener que arrepentirse de haberlo dejado pasar. Le tenía miedo.
Él la
miró, respiró hondo y comenzó a hablar.
—Mandy,
amor, lo que viste no tiene explicación, no sé qué me pasó en ese momento, no
intento justificar lo injustificable, soy un necio y me merezco tu desprecio, pero
sabes que te quiero, que eres todo lo que necesito para ser feliz, que sin ti
nada tiene sentido. Eres la única mujer en el mundo con quien quiero estar.
»Ella
se me insinuó, yo había salido de una operación a vida o muerte; estaba
cansado, alterado, frustrado. El paciente se nos había quedado en la mesa de
operaciones y ella se acercó a consolarme.
—Sí.
Doy fe de que te consoló y de que tú la consolaste a ella —espetó Mandy entre
dientes.
—Pero
no significó nada. Ella no es nada para mí, ni siquiera la he vuelto a ver.
»Nena,
soy un fantasma sin vida desde ese instante, la casa no es lo mismo sin ti, te
necesito por las noches, dormir contigo y pegarme a ti. Por favor, Mandy, dame
una oportunidad, te demostraré a ti y al mundo que eres la mujer de mi vida.
Mandy
calló, no podía creer que ese hombre fuera tan cara dura para contarle y decirle
todo eso. ¿Pero hasta dónde llegaba su insolencia?
Al ver
que ella no se movía ni respondía, se levantó y se acercó, estaba nervioso y
ella lo sabía. Se arrodilló frente a ella y con el dedo en la barbilla le levantó
su cara. Le era imposible descifrar lo que sus ojos le mostraban, quizás se
trataba de indiferencia, rabia, tormento, o quizás una mezcla de todo, pero
quería su perdón. Lo necesitaba.
—Mandy,
por Dios, amor, dime algo. Abofetéame, grita, pero reacciona. Cualquier cosa
menos tu indiferencia.
Ella
lo miró un largo rato en el que su historia pasó por delante, como en un cliché
de película, vio todo lo que sufrió y el momento en que lo pilló hacía un mes.
Pasados unos instantes apuntó:
—No,
Nando. No te voy a pegar, ni gritar y ni a darte otra oportunidad. Tú y yo
sabemos todo lo que ha pasado estos últimos años, sabías que esto acabaría
tarde o temprano. Ya me cansé de ser tu tabla de salvación, que esté enamorada
de ti no te da derecho a hacerme pasar por todo lo que me has hecho pasar.
»Tienes
un problema con las drogas y con el sexo, tú lo sabes. Te dije que eso acabaría
con tu carrera, con lo nuestro ya ha acabado y lo siguiente será tu carrera.
Estaba enamorada de ti, o eso creía. Ahora ya empiezo a dudarlo, pero estoy tan
cansada y tan decepcionada que ya no puedo seguir.
Una
lágrima resbaló por la mejilla de Mandy. Hacía tiempo que tenía que haber sido
valiente, se hubiese ahorrado todo el calvario vivido. Ya no había marcha atrás,
a pesar de no estar segura de cuándo se olvidaría de él.
Se
levantó enfurecido, no le gustaba saber que no había marcha atrás, que no lo perdonaba
y que no le daba ninguna oportunidad más, que nunca volvería con él.
Se comportó
como un león enjaulado y de repente bramó:
—¡Hostia,
Mandy! ¡No me jodas, no puedes hacerme esto! ¡Me dijiste que nunca me dejarías!
¡Eres una puta mentirosa! ¡Yo confié en ti!
Enfurecido
y fuera de sí cogió un jarrón y sin pensarlo siquiera, lo estampó contra la
pared.
Mandy
se acurrucó en el sofá, temblaba, no era la primera vez que lo veía así y sabía
que la situación acabaría muy mal.
En ese
mismo momento alguien llamó a la puerta.
Se miraron
y ella se levantó a abrir. De un empujón la tiró con violencia sobre el sofá.
Se le puso encima y tapándole la boca con la mano, se acercó a ella y le ordenó
al oído de manera amenazante:
—Ni
se te ocurra contestar.
El
timbre sonó, quién fuera que estuviese allí sabía que Mandy se encontraba en
casa.
A
Nando no le gustó aquella insistencia y se preguntó quién cojones aparecía allí
en aquel preciso momento. La rabia lo consumía y estaba dispuesto a todo por
salirse con la suya.
Alguien
al otro lado de la puerta comenzó a gritar.
—¡Mandy,
abre la puerta de una puta vez o la tiro abajo! ¡Sé que estás en casa, veo la
luz encendida y tu coche está en el garaje!
La
casualidad hizo que Álvaro viviera en el mismo edificio que Mandy. Él era su
vecino del quinto; un tío grandote, guapo, profesor de karate en un gimnasio de
su propiedad y cinturón negro 10Dan. Además él y Patricia mantenían una
relación que estaba destinada a terminar en
boda .
Álvaro
aparcaba el coche en la plaza de al lado de Mandy, ella vivía en el segundo y
él en el quinto, aun así él subía siempre por las escaleras. Cuando pasó por la
puerta de Mandy oyó gritos y el ruido de algo estrellándose contra la pared.
Sabía que su amiga se encontraba en problemas, Pat le había contado lo de su
ruptura con ese gilipollas engreído y que por ese motivo ella volvía a ser su
vecina.
—¡Mandy,
joder! ¡Abre o tiro la puerta abajo o llamo a la policía! Hablo en serio.
Nando
ordenó a Mandy que abriera, conocía a ese tío lo suficiente como para saber que
no se andaba con tonterías y que no amenazaba en vano. No podía jugársela con esa
bestia humana, se escondió en la cocina mientras ella conseguía que se
marchara.
Mandy
abrió la puerta asustada, temblorosa y desencajada.
—Hola,
Álvaro. No he escuchado el timbre.
—Mandy,
¿todo va bien? —indagó preocupado.
—Sí,
no te preocupes, luego te llamo —tartamudeó poco convincente y con el terror
impreso en su cara. Sus ojos no dejaron de pedir auxilio.
Álvaro
la observó, sabía que todo era mentira y tenía que averiguar qué era lo que pasaba.
Si Pat se enteraba que no lo hacía, le cortaría los huevos.
—Vale,
aun así voy a pasar.
—No, déjalo.
—Insistió ella cada vez más asustada.
Álvaro,
con delicadeza la apartó y abrió la puerta, en ese mismo momento, una sombra
que se movió en la cocina llamó su atención.
Miró
a Mandy y le preguntó en voz baja:
—¿Ese
cabrón está aquí?
Ella asintió
con la cabeza.
No
necesitó saber más en dos zancadas se plantó en la cocina frente a Nando. Su
mirada desprendía furia. Sabía que debía controlarse, él podría matarlo de un
solo puñetazo si quisiera, pero esa no era la filosofía del arte marcial que él
practicaba. Pensó al controlar la respiración y la ira.
Cuando
lo tuvo todo bajo control le bramó:
—¡Eres
un cobarde, cabrón, te quiero fuera de este apartamento antes de que parpadee
dos veces! Y te juro que si te vuelvo a ver cerca de ella o le tocas un pelo de
la cabeza, habrás firmado tu sentencia de muerte.
Nando,
acojonado guardó las apariencias y sonrió con frialdad mientras decía:
—Musculitos,
tranquilo. Ya me iba. Pero esto no quedará así.
Álvaro
lo miró penetrante y repitió sus palabras:
—Ni
un pelo, ¿me oyes? O te juro que no respondo.
Nando
atravesó el salón, pasó por al lado de Mandy y sin dejar de sonreír le advirtió:
—Nena,
tendrás noticias mías.
Y
guiñándole un ojo se fue, como si allí no hubiera pasado nada.
Pero
¿qué le pasaba a ese demente?
Álvaro
se acercó a Mandy y la abrazó para tranquilizarla.
—Shhhh.
Tranquila, ya pasó. Estoy aquí.
Poco
a poco, la presencia de Álvaro la tranquilizó. Cuando ya estaba más tranquila
le contó lo sucedido y él le hizo prometer que si necesitaba cualquier cosa
acudiría en su busca. Ella se lo prometió y, tras quedarse sola, decidió tomar
un baño y poner fin a ese día tan penoso.
Nando
salió de casa de Mandy con un cabreo de mil demonios. Había vuelto a perder el
control, si no hubiera llegado ese maldito musculitos, a saber qué habría sido
capaz de hacerle a Mandy.
Sabía
que la había perdido, pero oírle a ella decir esas palabras le enfureció. Él la
quería, pero ella se empeñaba en ser tan perfecta, en no entender que por un
poco de coca no pasaba nada, en no querer practicar con él otro sexo algo más
divertido y excitante. Pero si quería recuperarla ese no era el camino. «Joder,
puto día de mierda», se dijo mientras se dirigía al bar de siempre. Necesitaba
una raya para pensar con claridad y quizás se desahogaría con alguna de sus
amiguitas a las que les gustaba jugar tan duro como a él.
***
Ese lunes
por la mañana, Mandy no debía ir al hospital al ser su día libre. Desayunaba
tranquila cuando su móvil pitó. Era un WhatsApp privado de Pat.
·
Hola,
guapa, tenemos que hablar.
Vaya,
Alvarito se fue de la lengua.
·
Hola,
¿qué pasa perla?
·
¿Hoy
trabajas?
·
No,
tengo fiesta.
·
Pues
entonces quedamos en la cafetería de siempre.
·
¿No
podemos hablar por aquí, Pat? Estoy cansada.
·
No,
quiero hablar contigo en persona.
·
Vale,
en media hora estoy allí.
Al
entrar por la puerta de la cafetería, Sergio la saludó como siempre.
—Hola,
cariño, ¿qué te pongo?
—Una Coca-Cola
Zero, por favor.
—Marchando
esa Coca-Cola para mí doctora juguetes.
Ella
sonrió. Él siempre la llamaba así, tenía una sobrina pequeña que le encantaban
esos dibujos animados y siempre los veían juntos. Un día, cuando Sergio le
contó que tenía una clienta en el bar que era pediatra, su sobrina le dijo que
entonces sería como la doctora juguetes y a Sergio le hizo tanta gracia que
desde ese día la llamaba así.
Tomó
asiento y Pat entró con cara de pocos amigos.
—Hola,
Pat, ¿no trabajas hoy?
—Sí,
pero le dije a mi jefe que saldría una hora para ir al ginecólogo.
—No
está bien mentir a tu jefe Pat. —Bromeó nerviosa.
—¡Que
le den! Esto es mucho más importante.
—Entonces
vamos a ver, ¿qué es tan importante? —le preguntó.
—No
me lo puedo creer, ¿después de lo de ayer en tu casa, haces ver que aquí no
pasa nada? Pero guapa, ¿a quién quieres engañar? Álvaro me lo ha contado
—informó algo indignada.
—Bueno,
no sé qué te ha contado Álvaro, pero no es nada del otro mundo. Cometí el error
de dejar pasar a Nando. Discutimos, se puso a gritar y llegó Álvaro. Ya está,
fin de la historia.
—¡Y
una mierda! —gritó furiosa—. Él estaba fuera de sí, estampó un jarrón contra la
pared, amenazó a Álvaro y te dejó asustada y jodida. ¿Eso no es nada del otro
mundo? ¡Eso es muy serio!
»Llevo mucho tiempo observándote, me callo porque no
quiero meterme en algo a lo que no quieres darme acceso, pero joder… ¡somos
amigas! Más que eso, eres como una hermana para mí y sé que con Nando las cosas
no son lo que parecen. Que pillarlo con la puta esa fue no poder ya negar por
más tiempo lo evidente, pero mi niña, tú no estás bien y si quieres que te diga
lo que opino, Nando te maltrata desde hace tiempo.
—Él
nunca me puso la mano encima —protestó.
—Mandy,
hay muchas formas de maltrato. Y tú lo sabes.
—Lo
sé, Pat, pero no quiero hablar de ello. No estoy preparada, quiero odiarlo,
despreciarlo y no me es fácil.
—No lo
vas a perdonar. Sé que dar el paso te costó, pero ahora para atrás ni a coger
impulso. Sácatelo de la cabeza. Ya te hizo mucho daño.
En
ese momento sonó su móvil, era una llamada de José, su enfermero.
—Niña,
guapa, ¿cómo amaneciste?
—Hola,
hombretón, estoy bien.
—¿Cómo
se te ocurre llamarme hombretón? ¡Si a mí me gusta más un chorizo que un cubata
a una fiesta!
—Eso
será...—dijo Mandy entre risas. José siempre la hacía sentir bien—. ¿Qué pasa
por allí?
—No
te lo creerás, pero casi me da un paro cardíaco cuando hace un rato ha abierto la
puerta ese pedazo de morenazo de ayer. Por un momento he pensado que venía a
pedirme chiqui-chiqui —explicó, lo
que provocó la risa de Mandy de nuevo.
—Y
seguro le habrías dicho que sí.
—Por
supuesto, niña. José no perdona ni borracho a un griego de danone.
—Pues
nada, date el gusto.
—¡Mis
ganas! Preguntaba por ti, mi niña —le comentó y Mandy no creyó lo que escuchaba—,
para darte las gracias en persona. Le he dicho que hasta mañana no vendrías y
que entonces le darías en persona el parte del niño. Mi niña este puede ser tu
clavo.
—Déjate
de tontadas, para clavos estoy yo. —respondió y rio a carcajadas—. Te dejo,
guapo, que estoy con Pat y me mira con cara de pocos amigos.
—Dile
a la resalá esa que cuando quiera nos
vamos a bailar merengue. Besos mi niña.
Mandy
colgó el teléfono y volvió a prestarle atención a su amiga Pat, que aún estaba
algo enfadada.
—Bueno,
a lo que estábamos —dijo Pat.
—Sí, lo sé —se quejó Mandy—. De acuerdo, no
voy a volver con él y lo voy a olvidar. Te prometo que en otro momento te
contaré todo, pero hoy no soy capaz Pat.
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