jueves, 3 de abril de 2014

Capítulo 2.


                                                                         
 
                                                                          
                                                                               -2-


¡Por fin terminó su turno! Menudo día para tener resaca. Estaba muerta, aún le temblaba el cuerpo cuando pensaba en ese pobre niño que a punto estuvo de morir en sus manos y no se quitaba de la cabeza a su desolado padre, se veía tan asustado y perdido… Si hasta tuvo que reprimir las ganas de abrazarlo. Recordar cómo la miró la hizo estremecer. Era difícil olvidar la intensidad de esa mirada tan azul. Pero ese hombre era terreno prohibido, hombre con mujer e hijo, igual a nada de nada, se dijo al tiempo que movió la cabeza e intentó deshacerse de tal sensación.
Y después estaba el encuentro con Nando en el ascensor, ¿cómo era posible que después de lo que había pasado aún se planteara siquiera reconquistarla? Tanto tiempo con ella y qué poco la conocía.
En ese último mes, no había pasado ni un día que no hubiera recibido WhatsApp o correos de él, que por supuesto, ella borraba sin leer. También intentó hablar con ella en el hospital, pero no lo consiguió.
«¿Pero qué se pensaba? ¿Qué lo iba a perdonar una vez más? ¡Pues no!» La verdad que Nando cambió mucho en los últimos cinco años. Nada que ver con aquel hombre apuesto y encantador del que se quedó prendada.
Si su familia y sus amigas supieran lo que pasó esos últimos años, no le perdonarían que hubiera seguido con él. ¿Y por qué lo había hecho? Ni siquiera ella lo sabía, pero algo le hacía perdonarlo y seguir a su lado, era como una adicción. No lo entendía, quizás por su inexperiencia.
«¡Ufff!», pensó al llegar a su casa. Su familia aún no sabía nada. Era el momento de informar a sus padres que no estaban juntos.
Sus padres se jubilaron al poco de empezar ella la residencia y vendieron su piso de Valencia para marcharse a vivir a Ibiza. Su padre, era un militar retirado al que le gustaba navegar. Y a su madre le encantaba el sol y la playa, era lo único que le importaba en la vida junto a sus novelas románticas. De ahí que Mandy se llamara Amanda, sus padres se habían enamorado con la canción de Te recuerdo, Amanda.
Cogió el teléfono y llamó a su madre.
—Hola, mamá.
—Hola, Amanda, ¿qué tal todo, pequeña?
—Bien, mamá. Mucho frío.
—Pues no te lo creerás, pero estoy en la terraza tomando el sol.
—Mamá, cuidado con el sol. Al menos usarás protección, ¿no?
—Nena por Dios, no hagas de médico conmigo. Para eso ya están tus pacientes y yo tengo bastante más edad que ellos.
—Vale, pero ten cuidado. Por cierto, tengo que contarte una novedad. —Tomó aire, no sabía cómo decírselo, pero tenía que hacerlo, así que soltó el aire que había retenido en sus pulmones y lo dijo—. Nando y yo ya no estamos juntos.
—Pero, cariño, ¿qué dices? Seguro que será una riña de enamorados.
Así era su madre, una mujer que pensaba que todo en la vida eran finales felices. Poco a poco, le contó a su madre la historia, eso sí, sin lujo de detalles.
Nando la conquistó desde el primer momento con su presencia y su saber tratarla. Era el típico hombre que toda madre querría para su hija.
Le costó dar crédito a lo que escuchaba, y no se podía creer que aquel hombretón pudiera hacerle algo así a su hija.
—Pero pequeña, ¿tú estás bien?
—Sí, mamá, tranquila, lo superaré. Además, las chicas cuidan de mí.
Eso era cierto, su madre sabía que ellas eran su familia desde que Mandy se quedó sola en Valencia y ellos se mudaron a la isla.
Les costó tomar la decisión de irse, pero les tranquilizó saber que su hija no se quedaba sola en Valencia, pues las chicas estaban muy unidas.
—Mandy, cariño, cuídate y prométeme que cuando ese trabajo tuyo te deje, vendrás a hacernos una visita.
—Sí, mama, lo haré, tranquila. Dale un beso a papá, os quiero.
—Y nosotros a ti pequeña. Te extrañamos a diario.
Colgó el teléfono con un suspiro, sabía que eso afectaría a su madre y cabrearía a su padre, pero no había solución.
El sonido del timbre la sacó de sus cavilaciones. Fue a abrir y no miró quién era, pensó que se trataría de alguna de las chicas. Abrió la puerta y allí estaba él, perfecto como esa mañana en el ascensor. Por él parecían no pasar las horas, ni siquiera el cansancio le dejaba huella.
Intentó cerrar la puerta, pero metió el pie y se lo impidió.
—Mandy, cariño, no puedes evitarme siempre. Tenemos que hablar y lo sabes —suplicó mientras la miraba con intensidad—. Por favor, déjame entrar. Solo será un momento, luego me iré y si no quieres saber más de mí no te volveré a molestar.
Tenía que conseguir que ella le diera la oportunidad de hablarle, estaba convencido de que si la tenía cerca y le hablaba con dulzura, conseguiría que las barreras que ella había levantado cayeran.
Necesitaba que volviera a su lado, y si para ello tenía que mentir mentiría. Pero nada iba a impedir que ella no estuviera a su lado. Estaba dispuesto a todo.
Mandy dudó, sabía que tenía que afrontar esa situación tarde o temprano. Era algo inevitable, así que abrió la puerta y lo dejó entrar.
Él intentó darle dos besos y ella se apartó. Tenía claro que esa vez sería contacto cero, no dejaría que él usara sus artimañas. Esa vez era definitivo, no quería volver con él bajo ningún concepto.
Entraron al salón. Él la siguió de cerca, Mandy le indicó que tomara asiento en el sillón y se sentó en el sofá de frente. No quería tenerlo cerca. Esperaba no tener que arrepentirse de haberlo dejado pasar. Le tenía miedo.
Él la miró, respiró hondo y comenzó a hablar.
—Mandy, amor, lo que viste no tiene explicación, no sé qué me pasó en ese momento, no intento justificar lo injustificable, soy un necio y me merezco tu desprecio, pero sabes que te quiero, que eres todo lo que necesito para ser feliz, que sin ti nada tiene sentido. Eres la única mujer en el mundo con quien quiero estar.
»Ella se me insinuó, yo había salido de una operación a vida o muerte; estaba cansado, alterado, frustrado. El paciente se nos había quedado en la mesa de operaciones y ella se acercó a consolarme.
—Sí. Doy fe de que te consoló y de que tú la consolaste a ella —espetó Mandy entre dientes.
—Pero no significó nada. Ella no es nada para mí, ni siquiera la he vuelto a ver.
»Nena, soy un fantasma sin vida desde ese instante, la casa no es lo mismo sin ti, te necesito por las noches, dormir contigo y pegarme a ti. Por favor, Mandy, dame una oportunidad, te demostraré a ti y al mundo que eres la mujer de mi vida.
Mandy calló, no podía creer que ese hombre fuera tan cara dura para contarle y decirle todo eso. ¿Pero hasta dónde llegaba su insolencia?
Al ver que ella no se movía ni respondía, se levantó y se acercó, estaba nervioso y ella lo sabía. Se arrodilló frente a ella y con el dedo en la barbilla le levantó su cara. Le era imposible descifrar lo que sus ojos le mostraban, quizás se trataba de indiferencia,  rabia,  tormento, o quizás una mezcla de todo, pero quería su perdón. Lo necesitaba.
—Mandy, por Dios, amor, dime algo. Abofetéame, grita, pero reacciona. Cualquier cosa menos tu indiferencia.
Ella lo miró un largo rato en el que su historia pasó por delante, como en un cliché de película, vio todo lo que sufrió y el momento en que lo pilló hacía un mes. Pasados unos instantes apuntó:
—No, Nando. No te voy a pegar, ni gritar y ni a darte otra oportunidad. Tú y yo sabemos todo lo que ha pasado estos últimos años, sabías que esto acabaría tarde o temprano. Ya me cansé de ser tu tabla de salvación, que esté enamorada de ti no te da derecho a hacerme pasar por todo lo que me has hecho pasar.
»Tienes un problema con las drogas y con el sexo, tú lo sabes. Te dije que eso acabaría con tu carrera, con lo nuestro ya ha acabado y lo siguiente será tu carrera. Estaba enamorada de ti, o eso creía. Ahora ya empiezo a dudarlo, pero estoy tan cansada y tan decepcionada que ya no puedo seguir.
Una lágrima resbaló por la mejilla de Mandy. Hacía tiempo que tenía que haber sido valiente, se hubiese ahorrado todo el calvario vivido. Ya no había marcha atrás, a pesar de no estar segura de cuándo se olvidaría de él.
Se levantó enfurecido, no le gustaba saber que no había marcha atrás, que no lo perdonaba y que no le daba ninguna oportunidad más, que nunca volvería con él.
Se comportó como un león enjaulado y de repente bramó:
—¡Hostia, Mandy! ¡No me jodas, no puedes hacerme esto! ¡Me dijiste que nunca me dejarías! ¡Eres una puta mentirosa! ¡Yo confié en ti!
Enfurecido y fuera de sí cogió un jarrón y sin pensarlo siquiera, lo estampó contra la pared.
Mandy se acurrucó en el sofá, temblaba, no era la primera vez que lo veía así y sabía que la situación acabaría muy mal.
En ese mismo momento alguien llamó a la puerta.
Se miraron y ella se levantó a abrir. De un empujón la tiró con violencia sobre el sofá. Se le puso encima y tapándole la boca con la mano, se acercó a ella y le ordenó al oído de manera amenazante:
—Ni se te ocurra contestar.
El timbre sonó, quién fuera que estuviese allí sabía que Mandy se encontraba en casa.
A Nando no le gustó aquella insistencia y se preguntó quién cojones aparecía allí en aquel preciso momento. La rabia lo consumía y estaba dispuesto a todo por salirse con la suya.
Alguien al otro lado de la puerta comenzó a gritar.
—¡Mandy, abre la puerta de una puta vez o la tiro abajo! ¡Sé que estás en casa, veo la luz encendida y tu coche está en el garaje!
La casualidad hizo que Álvaro viviera en el mismo edificio que Mandy. Él era su vecino del quinto; un tío grandote, guapo, profesor de karate en un gimnasio de su propiedad y cinturón negro 10Dan. Además él y Patricia mantenían una relación que estaba destinada a terminar en  boda .
Álvaro aparcaba el coche en la plaza de al lado de Mandy, ella vivía en el segundo y él en el quinto, aun así él subía siempre por las escaleras. Cuando pasó por la puerta de Mandy oyó gritos y el ruido de algo estrellándose contra la pared. Sabía que su amiga se encontraba en problemas, Pat le había contado lo de su ruptura con ese gilipollas engreído y que por ese motivo ella volvía a ser su vecina.
—¡Mandy, joder! ¡Abre o tiro la puerta abajo o llamo a la policía! Hablo en serio.
Nando ordenó a Mandy que abriera, conocía a ese tío lo suficiente como para saber que no se andaba con tonterías y que no amenazaba en vano. No podía jugársela con esa bestia humana, se escondió en la cocina mientras ella conseguía que se marchara.
Mandy abrió la puerta asustada, temblorosa y desencajada.
—Hola, Álvaro. No he escuchado el timbre.
—Mandy, ¿todo va bien? —indagó preocupado.
—Sí, no te preocupes, luego te llamo —tartamudeó poco convincente y con el terror impreso en su cara. Sus ojos no dejaron de pedir auxilio.
Álvaro la observó, sabía que todo era mentira y tenía que averiguar qué era lo que pasaba. Si Pat se enteraba que no lo hacía, le cortaría los huevos.
—Vale, aun así voy a pasar.
—No, déjalo. —Insistió ella cada vez más asustada.
Álvaro, con delicadeza la apartó y abrió la puerta, en ese mismo momento, una sombra que se movió en la cocina llamó su atención.
Miró a Mandy y le preguntó en voz baja:
—¿Ese cabrón está aquí?
Ella asintió con la cabeza.
No necesitó saber más en dos zancadas se plantó en la cocina frente a Nando. Su mirada desprendía furia. Sabía que debía controlarse, él podría matarlo de un solo puñetazo si quisiera, pero esa no era la filosofía del arte marcial que él practicaba. Pensó al controlar la respiración y la ira.
Cuando lo tuvo todo bajo control le bramó:
—¡Eres un cobarde, cabrón, te quiero fuera de este apartamento antes de que parpadee dos veces! Y te juro que si te vuelvo a ver cerca de ella o le tocas un pelo de la cabeza, habrás firmado tu sentencia de muerte.
Nando, acojonado guardó las apariencias y sonrió con frialdad mientras decía:
—Musculitos, tranquilo. Ya me iba. Pero esto no quedará así.
Álvaro lo miró penetrante y repitió sus palabras:
—Ni un pelo, ¿me oyes? O te juro que no respondo.
Nando atravesó el salón, pasó por al lado de Mandy y sin dejar de sonreír le advirtió: 
—Nena, tendrás noticias mías.
Y guiñándole un ojo se fue, como si allí no hubiera pasado nada.
Pero ¿qué le pasaba a ese demente?
Álvaro se acercó a Mandy y la abrazó para tranquilizarla.
—Shhhh. Tranquila, ya pasó. Estoy aquí.
Poco a poco, la presencia de Álvaro la tranquilizó. Cuando ya estaba más tranquila le contó lo sucedido y él le hizo prometer que si necesitaba cualquier cosa acudiría en su busca. Ella se lo prometió y, tras quedarse sola, decidió tomar un baño y poner fin a ese día tan penoso.
Nando salió de casa de Mandy con un cabreo de mil demonios. Había vuelto a perder el control, si no hubiera llegado ese maldito musculitos, a saber qué habría sido capaz de hacerle a Mandy.
Sabía que la había perdido, pero oírle a ella decir esas palabras le enfureció. Él la quería, pero ella se empeñaba en ser tan perfecta, en no entender que por un poco de coca no pasaba nada, en no querer practicar con él otro sexo algo más divertido y excitante. Pero si quería recuperarla ese no era el camino. «Joder, puto día de mierda», se dijo mientras se dirigía al bar de siempre. Necesitaba una raya para pensar con claridad y quizás se desahogaría con alguna de sus amiguitas a las que les gustaba jugar tan duro como a él.
***

Ese lunes por la mañana, Mandy no debía ir al hospital al ser su día libre. Desayunaba tranquila cuando su móvil pitó. Era un WhatsApp privado de Pat.
·       Hola, guapa, tenemos que hablar.
Vaya, Alvarito se fue de la lengua.
·       Hola, ¿qué pasa perla?
·       ¿Hoy trabajas?
·       No, tengo fiesta.
·       Pues entonces quedamos en la cafetería de siempre.
·       ¿No podemos hablar por aquí, Pat? Estoy cansada.
·       No, quiero hablar contigo en persona.
·       Vale, en media hora estoy allí.
Al entrar por la puerta de la cafetería, Sergio la saludó como siempre.
—Hola, cariño, ¿qué te pongo?
—Una Coca-Cola Zero, por favor.
—Marchando esa Coca-Cola para mí doctora juguetes.
Ella sonrió. Él siempre la llamaba así, tenía una sobrina pequeña que le encantaban esos dibujos animados y siempre los veían juntos. Un día, cuando Sergio le contó que tenía una clienta en el bar que era pediatra, su sobrina le dijo que entonces sería como la doctora juguetes y a Sergio le hizo tanta gracia que desde ese día la llamaba así.
Tomó asiento y Pat entró con cara de pocos amigos.
—Hola, Pat, ¿no trabajas hoy?
—Sí, pero le dije a mi jefe que saldría una hora para ir al ginecólogo.
—No está bien mentir a tu jefe Pat. —Bromeó nerviosa.
—¡Que le den! Esto es mucho más importante.
—Entonces vamos a ver, ¿qué es tan importante? —le preguntó.
—No me lo puedo creer, ¿después de lo de ayer en tu casa, haces ver que aquí no pasa nada? Pero guapa, ¿a quién quieres engañar? Álvaro me lo ha contado —informó algo indignada.
—Bueno, no sé qué te ha contado Álvaro, pero no es nada del otro mundo. Cometí el error de dejar pasar a Nando. Discutimos, se puso a gritar y llegó Álvaro. Ya está, fin de la historia.
—¡Y una mierda! —gritó furiosa—. Él estaba fuera de sí, estampó un jarrón contra la pared, amenazó a Álvaro y te dejó asustada y jodida. ¿Eso no es nada del otro mundo? ¡Eso es muy serio!
»Llevo mucho tiempo observándote, me callo porque no quiero meterme en algo a lo que no quieres darme acceso, pero joder… ¡somos amigas! Más que eso, eres como una hermana para mí y sé que con Nando las cosas no son lo que parecen. Que pillarlo con la puta esa fue no poder ya negar por más tiempo lo evidente, pero mi niña, tú no estás bien y si quieres que te diga lo que opino, Nando te maltrata desde hace tiempo.
—Él nunca me puso la mano encima —protestó.
—Mandy, hay muchas formas de maltrato. Y tú lo sabes.
—Lo sé, Pat, pero no quiero hablar de ello. No estoy preparada, quiero odiarlo, despreciarlo y no me es fácil.
—No lo vas a perdonar. Sé que dar el paso te costó, pero ahora para atrás ni a coger impulso. Sácatelo de la cabeza. Ya te hizo mucho daño.
En ese momento sonó su móvil, era una llamada de José, su enfermero.
—Niña, guapa, ¿cómo amaneciste?
—Hola, hombretón, estoy bien.
—¿Cómo se te ocurre llamarme hombretón? ¡Si a mí me gusta más un chorizo que un cubata a una fiesta!
—Eso será...—dijo Mandy entre risas. José siempre la hacía sentir bien—. ¿Qué pasa por allí?
—No te lo creerás, pero casi me da un paro cardíaco cuando hace un rato ha abierto la puerta ese pedazo de morenazo de ayer. Por un momento he pensado que venía a pedirme chiqui-chiqui —explicó, lo que provocó la risa de Mandy de nuevo.
—Y seguro le habrías dicho que sí.
—Por supuesto, niña. José no perdona ni borracho a un griego de danone.
—Pues nada, date el gusto.
—¡Mis ganas! Preguntaba por ti, mi niña —le comentó y Mandy no creyó lo que escuchaba—, para darte las gracias en persona. Le he dicho que hasta mañana no vendrías y que entonces le darías en persona el parte del niño. Mi niña este puede ser tu clavo.
—Déjate de tontadas, para clavos estoy yo. —respondió y rio a carcajadas—. Te dejo, guapo, que estoy con Pat y me mira con cara de pocos amigos.
—Dile a la resalá esa que cuando quiera nos vamos a bailar merengue. Besos mi niña.
Mandy colgó el teléfono y volvió a prestarle atención a su amiga Pat, que aún estaba algo enfadada.
—Bueno, a lo que estábamos —dijo Pat.
 —Sí, lo sé —se quejó Mandy—. De acuerdo, no voy a volver con él y lo voy a olvidar. Te prometo que en otro momento te contaré todo, pero hoy no soy capaz Pat.

     
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